El científico no estudia la naturaleza por la utilidad de hacerlo; la estudia porque obtiene placer, y obtiene placer porque la naturaleza es bella. – Henri Poincaré (1854-1912), matemático francés.
Sin dudas los profesores de matemática identificarán la escena que se presenta a continuación, en medio de una intensa explicación de algún importante concepto o la resolución de algún complicado ejercicio matemático, un alumno levanta la mano y palabras más palabras menos hace la infaltable pregunta: ¡profesor! ¿Para qué sirve saber todo esto? Yo no pienso ser matemático en el futuro.
Fueron incontables las veces que esgrimí argumentos a mis estudiantes, a mi entender lo suficientemente convincentes, como para responder a esa sincera pregunta, pero ¡créanme!, la mayoría de las veces recibí como respuesta miradas escépticas y generalmente la conversación terminaba en un clásico: “si no te sirve para la vida, por lo menos te servirá para pasar la materia y salvar el año”.Queda más que claro que la nueva generación de estudiantes ve el aprendizaje desde una perspectiva materialista utilitaria. Si no me va servir, no la necesito.
Lamentablemente, la matemática tiene mala prensa, es la menos popular de la clase, es la materia más difícil de comprender y habitualmente termina siendo la cruz de los estudiantes de cualquier nivel. Muchos de los recuerdos más tristes de nuestro paso por la escuela están relacionados de alguna u otra manera a las clases de matemáticas.
El matemático y comunicador argentino Adrián Paenza sostiene que gran parte del desencanto del estudiantado hacia esta disciplina radica en los mismos docentes y sin reparos sentencia:
La matemática contiene una belleza infinita, pero si las personas que la tienen que disfrutar no la pueden ver, la culpa es de quien la expone.
¡Tremenda deuda de nosotros los docentes! Comparto este punto de vista, sin embargo, éste no es el tema que se está abordando en este artículo. Debemos analizar la problemática desde otras aristas, y en vez de esto propongo algunos puntos de vista respecto a la necesidad de apuntalar y destacar la importancia de la enseñanza de la matemática y la trascendencia de esta como recurso del estudiante que se está formando para ser un profesional competente del siglo XXI.
Opino que una de las principales razones del desencanto generalizado hacia las matemáticas se debe a una falta de entendimiento en cuanto a lo que es la matemática y su alcance. La gran mayoría de las personas está dispuesta a aceptar que la matemática es una disciplina muy importante, pueden apreciarla y reconocer que ésta tuvo una gran influencia en el desarrollo de las grandes civilizaciones del pasado; que como una ciencia madre, tuvo un papel primordial en el descubrimiento y comprensión del universo y también pueden asentir sin lugar a dudas que la sociedad de la información en la que vivimos está regida por números, intrincadas ecuaciones y complejas fórmulas que solamente unos pocos iluminados pueden llegar a comprender. Sin embargo, hay un fracaso en el intento de encontrarle el sentido y su aplicabilidad en la vida cotidiana, es ahí donde la omnipresente matemática parece ocultarse al común de los mortales.
Debemos abrir nuestras mentes a una nueva concepción de la matemática, y en especial los estudiantes que cursan sus estudios en educación superior. Quedarnos con la idea que sólo se trata del estudio frío de números y formas es reducirla a la noción que tenían de ella hace 2500 a.C. las civilizaciones antiguas. La matemática del siglo XXI debe ser comprendida como más que eso, el afán de la matemática moderna está en revelar patrones; de hecho, en los últimos 30 años se ha redefinido a la matemática como la ciencia que descubre los patrones (patterns). En líneas generales, dice Paenza (2005), lo que hace un matemático es examinar patrones abstractos. Es decir, buscar peculiaridades, cosas que se repitan, patrones numéricos, de forma, de movimiento, de comportamiento, etc. Estos patrones pueden emerger del mundo que nos rodea, de las profundidades del espacio y del tiempo o de los debates internos de la mente.
¿No les parece que deberíamos avanzar más en este sentido? Veamos a la matemática como una aliada, no como un obstáculo. Dejémonos seducir por ella, demos lugar a que el lenguaje de la naturaleza que Dios nos ha revelado nos permita sumergirnos en las profundidades de sus maravillas; aún existen muchos secretos por descifrar.
Poincaré concluía así su frase:
“Si la naturaleza no fuese bella, no valdría la pena conocerla, no valdría la pena vivir la vida”.
Fuentes de consulta:
Devlin, K (2007). El lenguaje de las matemáticas. Barcelona, Editorial Teià
Du Sautoy, M. (2007) La música de los números primos. Barcelona. Editorial Acantilado.
Paenza, A. (2005). Matemática ¿estás ahí? Barcelona. RBA
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